Martes 21 de enero de 2020, son las 9 am y me dirijo al concesionario donde he quedado para dejar mi Renault Clio de 60 CV. Dios mío, todavía no me puedo creer que vaya a desprenderme de él después de tantos años…
Cuando llego al concesionario, el agente ya me está esperando.
– ¿Has sacado todo lo que había en él?
– Espera un segundo que vuelvo a mirar −respondo mientras abro la puerta para echar un último vistazo.
Empiezo mirando el asiento del conductor lleno de manchas de sudor y grasa. Si me parara a contar las nalgas que han pasado por ese asiento de sufrido negro desgastado, no acabaría hasta mañana. A mi mente vienen también todas las microsiestas que ese asiento me ha dado cuando me he sentido cansado, así como las noches enteras que me ha brindado descanso. Ojalá le hubiese tratado mejor… si al menos no hubiese llevado las grasientas bolsas de comida entre mis piernas, ya hubiese sido algo.
A su lado está esa palanca de cambios, amoldada con y a la forma de mi mano. ¡Menuda forma de meterle mano! Con ella aprendí a que no es necesario pisar el embrague para cambiar de marcha y que todo tiene su ritmo. Todavía se conservan de manera invisible todas las pulseras que lleva atada de todos y cada uno de los festivales a los que fuimos, y eso que fueron unos cuantos.
Miro al espejo retrovisor. Ese espejo retrovisor que siempre te devolvía la mirada, aunque no hubiese nada ni nadie sentado detrás. Ha lanzado miradas furtivas y miradas que matan. Ojos vacíos y ojos llenos de lágrimas. Recuerdo aquella vez que reflejó las luces de la policía y me río al recordar lo nervioso que me puse cuando me pararon.
Mis ojos se deslizan a su lado, donde descansa el asiento del copiloto. Mi primera vez en un coche no podría haber sido en otro lado… Asiento de reinas y reyes, de amigos y de enemigos, pero, ante todo, de cómplices en mis viajes mundanos.
Cuando miro hacia atrás, mi mente se llena de recuerdos y los recuerdos me llenan de emociones. La rabia cuando Manuel me vomitó el Clio poniéndolo todo perdido y a todos pringados; la alegría recordando los trayectos a nuestras vacaciones en Noja, Cádiz, Portugal y Málaga…; el placer que nos dimos, Eva, Elena, Rocío, Marta…; la angustia y la tristeza de mis primos cuando nos dirigíamos al hospital a ver a mi madre ingresada…
Cierro la puerta y prefiero no abrir la de maletero. Sé que si lo hago me invadirían miles de recuerdos de historias, de colores y de olores, incluso de alguna que otra persona… muerta.